La historia del Turbo en Porsche: la clave de sus versiones más salvajes
El Turbo es un elemento muy extendido actualmente, aunque Porsche lleva trabajando en él muchos años de su historia para crear las versiones más radicales de sus modelos
El turbo es un elemento mecánico totalmente extendido en la oferta de coches actual, y es que la mayoría de coches que podemos compra en la actualidad recurren a la turboalimentación, por lo que encontrar propulsores de aspiración natural cada vez es más complicado.
Lo más probable es que tu coche tenga turbo, por lo que te dejamos nuestro reportaje sobre cómo cuidar el turbo en un coche. Su historia tiene más de 80 años, y es que fue en 1936 cuando Cliff Garrett fundó la primera compañía especializada en fabricar este tipo de componentes, denominada “The Garrett Corporation”.
¿Cómo funciona un turbo?
Este curioso sistema tiene el objetivo de aumentar las prestaciones mediante una inyección directa de aire a la cámara de combustión. Tras el encendido y el movimiento de los pistones, la mezcla producida comienza a salir por las válvulas de escape a una presión muy elevada, tan elevada que puede acelerar el movimiento de una turbina hasta regímenes de giro realmente altos.
Mediante un eje, esa turbina va conectada a un compresor, que se ocupa de introducir una mayor cantidad de aire en la cámara de combustión mediante las válvulas de admisión.
Desarrollar esta tecnología ha supuesto verdaderos quebraderos de cabeza, puesto que las temperaturas que puede alcanzar un turbocompresor pueden llegar a ser de hasta 1.000 grados.
Lo ideal es que la temperatura del aire que entra por la admisión sea, como mucho, veinte grados superior a la temperatura ambiental antes de entrar en los cilindros. En caso de que la diferencia sea mayor, el aire acaba perdiendo densidad y afecta al proceso de combustión.
Los primeros coches en usar turbocompresor
El primer coche en montarlo en sus versiones de producción fue el Oldsmobile Jetfire Turbo Rocket, un auténtico Muscle Car con un motor V8 de 3.5 litros turboalimentado capaz de desarrollar 215 CV.
Desde entonces, los turbocompresores fueron afinándose para ofrecer mejores comportamientos y optimizar las prestaciones de muchos motores. Una de las principales impulsoras de esta tecnología fue Porsche, y es que desde principios de los años 70 comenzó a montarlos en sus modelos más prestacionales.
De hecho, el primer modelo de la marca en montarlo fue el Porsche 917/10, un modelo destinado a la competición que venció en el campeonato norteamericano CanAm de 1972.
Esta victoria se revalidó al año siguiente gracias al Porsche 917/30, una bestia capaz de desarrollar la friolera de 1.100 CV de potencia. Esto fue sólo la semilla de lo que iba a venir, el inicio de una de las estirpes más célebres de la historia de la automoción.
Porsche llevó el turbo a la calle por primera vez en su historia
Viendo los resultados que daba el turbocompresor en el mundo de la competición, los ingenieros de Stuttgart decidieron montarlo un año después en el primer modelo de producción en serie. Así se lanzó por primera vez el Porsche 911 Turbo en su generación 930, un superdeportivo para le fecha que desarrollaba 260 CV.
En principio, Porsche sólo tenía planeado fabricar 500 unidades de esta radical versión, es decir, las necesarias para conseguir la homologación del modelo de competición. Sin embargo, esta versión causó auténtico furor, por lo que decidieron ampliar esta producción y actualizar el motor del Carrera. Por ello, pasó de tener 3.0 litros de cubicaje a 3.3 litros con los que aumentó la potencia a 300 CV en 1977.
Porsche 911 Turbo (930): el inicio de la estirpe
La primera generación conocida del Porsche 911 Turbo, cuya denominación interna era 930, se lanzó en 1974. El turbocompresor tenía una válvula de descarga de gases de escape, un elemento que el resto de fabricantes sólo se habían atrevido a utilizar en circuito.
El turbo contaba con una presión máxima de 0,8 bares, por lo que era capaz de desarrollar 260 CV. Sin embargo, este era un coche muy delicado de conducir, y es que el impulso del turbocompresor llegaba de una forma muy brusca a partir de las 3.500 rpm, por lo que sólo era apto para las manos más experimentadas.
Fue en 1977 cuando el motor del Porsche 911 Turbo se actualizó, por lo que pasó de ser un 3.0 litros a ser un 3.3 litros y aumentó su potencia a los 300 CV gracias a un compresor de mayor tamaño. Además, como novedad en un coche de calle, montó por primera vez un intercooler de aire comprimido.
Porsche 959: ¿Querías Turbo? Pues toma dos tazas
Porsche ya había visto la buena asociación que hacia un turbo con sus característicos motores bóxer. Por ello, aprovechó el Salón de Frankfurt de 1983 para presentar un prototipo destinado al salvaje Grupo B: su nombre era Porsche 959 y su potencial era tal que logró llevarse la victoria en el Rally Dakar en 1986 con René Metge al volante.
Ese mismo año, Porsche decidió sacar la versión de calle, por lo que como novedad contaba con tracción integral y, no uno, sino dos turbocompresores de diferente tamaño para alcanzar una potencia máxima de 450 CV y 500 Nm de par.
El turbo más pequeño respondía a baja velocidad, mientras que el más grande se ocupaba de la parte más alta del cuentavueltas, de manera que el Porsche 959 tenía rabia en prácticamente todo el rango de revoluciones.
Porsche 911 Turbo 3.3 (964): el sucesor natural
En 1991, llegó el Porsche 911 Turbo en su generación 964, el sucesor natural del 930. Este colocó en su motor el mismo bloque de 3.3 litros con un turbo que montaba la primera generación, aunque esta vez desarrollando una potencia de 320 CV.
Por supuesto, las normativas de emisiones se iban haciendo cada vez más estrictas, por lo que esta generación cuidó los gases de escape instalando unos catalizadores metálicos de tres vías y otro más para la salida del bypass.
Además, también incorporó un sistema de inyección de presión controlada y un intercooler que aumentaba su tamaño un 50%. Dos años después, llego una versión aún más poderosa con un motor de 3.6 litros y que alcanzaba ya los 360 CV.
Porsche 911 Turbo (993): el favorito de los puristas
En 1995, llegó la siguiente generación del Porsche 911 Turbo, cuya denominación interna era 993. Esta es una de las más adoradas por los puristas, y es que fue la última que contaba con un motor refrigerado por aire.
En este caso, la marca volvió a la receta del Porsche 959 y decidió instalar dos turbocompresores, aunque en vez de funcionar de forma secuencial, lo hacían en paralelo –una configuración que ya se ha extendido al resto de generaciones-. Por lo tanto, los dos funcionaban al mismo tiempo, ocupándose cada uno de una bancada del motor seis cilindros bóxer. Además, la válvula de descarga acoplada a la turbina también era completamente nueva.
Con todo esto, conseguía una potencia total de 408 CV, aunque en esta generación tuvimos versiones llevadas al extremo como el Porsche 911 GT2, una bestia derivada de los circuitos que podía alcanzar 450 CV.
Porsche 911 Turbo S (996): el inicio de la era moderna
Fue en 1997 cuando llegó la primera generación de la era moderna del Porsche 911. Su denominación interna fue 996 y, durante muchos años, ha sido el “patito feo” de la familia, y es que los más puristas no perdonan que sus faros delanteros perdieran el típico diseño circular y que, por primera vez, la refrigeración fuera líquida.
Tuvimos que esperar hasta 2001 para conocer la versión Turbo de 420 CV, que por primera vez añadía a su motor de 6 cilindros bóxer y 3.6 litros el sistema de distribución variable VarioCam Plus. Este motor tenía genes de competición, y es que estaba completamente basado en el del Porsche 911 GT1 que venció en las 24 horas de Le Mans en 1998. Además, en esta generación ya contábamos con elementos como los discos de frenos cerámicos, que aguantaban mucho mejor el maltrato, o el cambio Tiptronic S.
En 2004 llegó la variante Turbo S que, gracias una vez más a la incorporación de unos turbocompresores de mayor tamaño, unos radiadores más eficientes y unos nuevos catalizadores, conseguía nada menos que 450 CV de potencia y 620 Nm de par.
Porsche 911 Turbo (997): la revolución
En 2006 llegó al mercado el Porsche 911 Turbo en su generación 997, y apareció con una sorpresa que dejó a los más entendidos con la boca abierta: los ingenieros habían incorporado por primera vez una turbina de geometría variable (VTG) en un motor de gasolina.
Esta tecnología consiste en colocar unas aletas rodeando a la turbina que modifican el ángulo en el que le llegan los gases de escape. Cuando el motor trabaja a bajas velocidades, estas aletas forman un ángulo específico para conducir los gases de escape de forma que aceleren la turbina más rápido.
La tecnología VTG ya estaba extendida en los motores diésel, aunque no era para nada común en un motor de gasolina, puesto que las temperaturas son mucho más altas en estos últimos y se tuvo que recurrir a materiales de la industria aeroespacial. Con todo esto, la potencia del seis cilindros bóxer de 3.6 litros y dos turbocompresores aumentó a los 480 CV.
Porsche 911 Turbo S (992): el último grito
Hace poco que os hemos podido enseñar la última generación del Porsche 911 Turbo S, cuya denominación interna es 992. En este caso, el motor es ahora de 3.8 litros y combina válvulas de descarga con dos turbos de geometría variable que están colocados simétricamente y han aumentado su tamaño.
La principal ventaja de esta novedad es que cuando arrancamos el coche en frío, los catalizadores se calientan más rápidamente, puesto que lo hacen a través de las válvulas de descarga controladas electrónicamente.
Además, la mecánica es más eficiente, y es que reduce la contrapresión de los gases de escape cuando funciona a plena carga y disminuye los gases residuales en el cilindro. Con esta disposición, la potencia final llega ya a los 650 CV con un par máximo de 800 Nm.
Hasta aquí la historia del Turbo en Porsche, y es que se ha convertido en un elemento indispensable para los de Stuttgart y, a menos que llegue un Porsche 911 eléctrico, se seguirá desarrollando para montarse en las versiones más prestacionales del mítico deportivo teutón.
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